Año nuevo… ¿vida nueva?

Z294. Hojas del calendario

Estamos en las postrimerías del año, acaba esta próxima semana. Con el domingo Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo, comienza la última semana del año litúrgico, acaba el ciclo A.

Han sido 54 semanas, 365 días, 8.760 horas, 52.560 minutos, 3.153.600 segundos de nuestra vida los transcurridos. Mas, ¿cómo han transcurrido?, ¿en qué hemos cambiado, en qué hemos mejorado?, ¿cuánto hemos avanzado hacia Cristo y hacia nuestros hermanos? Esta es la cuestión que debemos plantearnos.  ¿Cuánto más santos somos ahora, o pretendemos ser, que hace un año? Solo esto es lo importante, lo demás, como dice Mateo, se nos dará por añadidura. Solo nuestro caminar hacia el Señor es importante.

Que no son los triunfos o fracasos que hayamos experimentado. Que no son los objetivos que no hemos alcanzado, o quizás sí, lo importante. Que no es lo importante cuánto satisfecho y feliz nos sentimos o dejamos de sentirnos. Lo importante es si somos capaces de dar ahora más amor a los necesitados, a los que nos rodean, que hace un año. Esa es la medida de nuestro vivir: cuánto hemos avanzado en nuestra donación gratuita y generosa de amor a los demás.

Si, desde la sinceridad más profunda de nuestro corazón, vemos que somos capaces de dar más amor que meses atrás, enhorabuena. Si, por el contrario, vemos que no hemos avanzado o, incluso, retrocedido, no nos rasguemos las vestiduras, vistámonos de saco, envolvámonos de ceniza y pidamos perdón al Señor por nuestra pobreza. Pidamos perdón y pidamos fuerzas. Únicamente con ayuda de la fuerza que ponga el Señor en nosotros, y con nuestra colaboración, seremos capaces de amar; de amar cada día más y más generosamente, más oblativamente. Solo Él es capaz de hacer vida en nosotros la gratuidad del amor; pero hemos de pedirlo.

Una petición que debe ser constante en el tiempo. Constante a pesar de los altibajos de nuestro humor o nuestras ilusiones o fatigas. Una petición que debe ser el mástil que soporte la vela que nos impulsa.

Empezamos con el Adviento un nuevo año litúrgico, el ciclo B. Un año más volveremos a repetir el camino que hizo el Señor Dios entre nosotros. Nacerá, crecerá, caminará por senderos y ciudades llevando la Buena Nueva, lo mataremos al no comprenderlo y resucitará. Un ciclo más, un año más, todo rutina y vaciedad, todo igual, nada cambia; vanidad de vanidades, todo es vanidad; todo es insulso, monótono… aburrido, siempre igual. ¿Podemos considerar como verdadero cristiano a quien piensa así? Entonces, ¿por qué vivimos así?, ¿qué necesitamos para salir de esa rutina malsana y destructiva que todo lo iguala, que no hace vivir?

Este es el fondo de la cuestión que planteo, ¿vamos a seguir viviendo viendo caer una tras otra las hojas del calendario sin hacer nada para que cada día sea diferente, para cada día esté lleno, al menos, de una obra buena, de un buen deseo, de un buen pensamiento, de una buena acción? ¿Vamos a permitir que los días transcurran llenándonos de indiferencia ante el sufrimiento que nos rodea? ¿Vamos a dejar pasar el día sin dar un paso para acercarnos a la indignidad en la que viven muchas personas, que no son necesariamente pobres, sino solitarios, abandonados, incapaces… personas que se sienten alejados de la sociedad?

¡Despertemos, abramos los ojos y miremos! Veamos cuál es la realidad que nos rodea; veamos cual es la realidad de nosotros mismos. Busquemos cuál es la causa raíz de nuestra vida. Esa causa, esa motivación, que es tan fundamental que sin ella nuestra vida quedaría rota. Mas aún, en esa raíz fundamental, ¿está presente de forma consciente y libre, serena y profunda, humilde y adorante, la presencia de Dios? Y, si está Dios, ¿qué Dios es ese al que adoramos? ¿Es el Dios de Jesucristo o es un dios que nos hemos forjado a nuestra medida?

Vamos a comenzar un nuevo año eclesial: crezcamos hacia Dios, el Dios de Jesucristo. No importa los fracasos sufridos, no importa el tiempo perdido; todo eso ya es historia. Lo importante es el futuro que queramos construir con nuestra vida; lo importante es cómo queramos vivir el resto de nuestros días. Lo importante es que resituemos la centralidad de Dios en nosotros; para que Él crezca y nosotros mengüemos; para que Él reine y nosotros le adoremos… Para que, de verdad, seamos co-creadores junto con Él de esta creación que está por terminar.

Pidamos su ayuda todos los días, todas las horas, todos los minutos, todos los segundos que nos regale vivir; porque todo, todo, todo, es don gratuito de nuestro Dios y oportunidad de conversión. Adorémosle, pues, ahora y siempre.

(Agustín Bulet, Interioridades)

 

 

Esta entrada fue publicada en Espiritualidad. Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario