La gravedad del escándalo

E075. Europa

El cristiano nunca debe dar motivo de escándalo, suele repetir con frecuencia el papa Francisco en sus homilías de la Misa en la Casa Santa Marta. «Al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, le iría mejor si le pusieran al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que lo echasen al mar» (Mc 9,42), dice Jesús.

La imagen es cruda y severa, porque el escándalo es una falta grave. «¡Ay de aquel hombre por quien viniere el escándalo! Por eso, si tu mano o tu pie es ocasión de tropiezo, córtatelo y arrójalo de ti» (Mt 18,7-8). La advertencia de Jesús es severa; muy severa.

El escándalo irrita a los cristianos con fe fuerte y firme y desorienta a quienes la tienen débil. Cuando un cristiano que va a la Iglesia no vive como tal, escandaliza. ¿Quién no ha escuchado: «Yo no voy a la iglesia porque no quiero hacer como aquel que va a la iglesia y luego vive de forma escandalosa»? El escándalo debilita la fe de los demás, destruye la fe.

 Se escandaliza cuando se dice que se profesa un estilo de vida cristiana y después se vive con comportamientos alejados del cumplimiento de los mandamientos, sin dar testimonio de vida cristiana; cuando no hay correlación entre lo que se dice vivir y lo que realmente se vive.

Todos somos capaces de escandalizar, porque el escándalo tiene muchas facetas. No solo escandaliza quien se apropia indebidamente de dinero o bienes, o los usa de forma no comedida; sino el que teniendo bienes abundantes no los comparte. Escandaliza quien no tiene un comportamiento social y sexual acorde con su estado de vida; y quien mantiene o promueve tales actividades de forma activa o es indiferente a esas situaciones. Escandaliza quien maltrata a los demás de hecho, palabra o intención; y quien no usa su capacidad para crear lazos y tender puentes. Todos podemos llegar a ser capaces de escandalizar por nuestra pasividad u omisión, cuando tendríamos que actuar en pro del bien y la justicia.

El escándalo surge por la indiferencia hacia los otros, por menosprecio. Surge por la ausencia de amor, porque no hay amor en quien escandaliza. Pues si pensara que podría escandalizar, aunque fuera por un momento a los demás, a aquellos que pueden verse implicados en su escándalo, no lo haría; se contendría. El acto que iba a ser negativo se convierte en oblación a Dios por los hermanos; se transforma en amor hacia quien no vemos, por amor a quien vemos (Cf. 1 Jn 4,20).

El escándalo condena al pecador, por su falta de amor con los demás, por su egoísmo. Quien escandaliza, al despreciar a los demás, se convierte en causa y fundamento de sus acciones, en el centro de su vivir, donde ni hay amor ni puede estar Dios. Se condena por su falta de amor, por su desprecio a quien es todo Amor.

Sin fe no se puede vivir sin escandalizar. Solo la luz de la fe, por el amor que hemos recibido de Dios, permite superar el escándalo y vivir sin escandalizar, en coherencia entre lo que decimos ser y realmente somos. Solo por la acción del Espíritu Santo, que está dentro de nosotros y nos ayuda a crecer en la fe, podemos ser testigos verdaderos de Cristo.

Por ello los Apóstoles pidieron a Jesús: «Auméntanos la fe» (Lu 17,5). Por ello, junto con Pablo, tenemos que dar gracias a Dios, porque nuestra fe está progresando mucho y se acrecienta la mutua caridad de todos y cada uno de vosotros (Cf. 2 Tes 1,3).

Ya que no somos perfectos en el amor; ya que no somos completos en el seguimiento del Señor; ya que nuestra voluntad flaquea más de lo que nos gustaría… seamos prudentes. Valoremos nuestro hacer y tengamos siempre presente la posibilidad de cometer actos que pudieran ser escandalosos. Y, ante la duda de que lo sean, contengámonos y actuemos según la voluntad del Señor. Pongámonos en oración para pedir al Señor las fuerzas que nos hagan prudentes, para ser testigos ciertos y verdaderos de Dios.

(Agustín Bulet, Interioridades)

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